Durante uno de los numerosos viajes de Nusu Bito, conocido en los reinos humanos por su habilidad para negociar mercancías en el mercado negro, se dirigió a la isla de Tartalia con un único propósito: capturar algunos de los famosos ornitorrincos gigantes que tanto se mencionaban en las historias y leyendas, para luego venderlos a precios exorbitantes. Estos animales, de gran tamaño y con habilidades únicas, eran muy cotizados entre los coleccionistas más adinerados, y Nusu sabía que sería una oportunidad perfecta para hacer una fortuna.
Atracó su barco en una costa remota, alejada de las tribus que habitaban en las cercanías. Con su banda de traficantes a su lado, se adentró en el interior de la isla, evitando las zonas donde las tribus Oweeh mantenían su territorio. Tras varias horas de caminata por un terreno denso y selvático, llegaron a un río ancho y profundo, donde se encontraba una manada de ornitorrincos gigantes cazando peces. Observando la escena, Nusu y sus hombres se emocionaron al ver las bestias en acción, sus cuerpos musculosos sumergiéndose y saliendo del agua con una destreza impresionante.
Con cautela, Nusu y dos de sus secuaces lograron atrapar una de las crías del grupo. Sentían que estaban a punto de conseguir una gran fortuna. Sin embargo, su celebración fue breve. La emoción de la captura nubló su juicio, y sin pensar en las consecuencias, comenzaron a correr hacia el barco con la cría en brazos. No sabían lo que les esperaba. No habían tenido en cuenta lo rápidos que podían ser los ornitorrincos adultos.
El secuaz que llevaba la cría fue alcanzado rápidamente por un ejemplar adulto, que lo atacó con una velocidad increíble. En un abrir y cerrar de ojos, el animal envolvió su enorme mandíbula alrededor de la pierna del hombre y lo arrastró con una fuerza brutal, rompiéndole la columna vertebral. El grupo, paralizado por el horror de lo sucedido, no tuvo más opción que huir rápidamente, dejando atrás a su compañero y la captura que tanto les había costado.
El regreso al barco fue caótico. La manada de ornitorrincos no dejó de perseguirlos, moviéndose con agilidad y ferocidad. Los traficantes apenas lograron escapar con vida, sin la cría que habían capturado y con un hombre menos en su grupo.
Mientras se alejaba de la isla, Nusu comprendió finalmente que los ornitorrincos de Tartalia no eran simples animales. Eran criaturas feroces, solo manejables por los Oweeh, que los utilizaban como montura debido a su imponente fuerza y velocidad. La isla misma parecía estar protegida por estas bestias, y aquellos que intentaban doblegarla pagaban un alto precio por su osadía.
Malherido y derrotado, Nusu subió a su barco con los pocos hombres que quedaban, y juró no volver jamás a aquellas tierras. Tartalia le había enseñado que algunas riquezas no valen la pena, y que ciertos territorios están más allá del control de cualquier ser humano.